sábado, 27 de agosto de 2011

MANIFIESTO CERO.

Mi canto estuvo en el primer llanto,
al atraparme la atmósfera pestilente de este mundo.
Fueron el balbuceo y la sonoridad primigenia
al expresarme,las primeras claves
y códigos construidos.
Fue mi alegría y mi asombro tras haber
reunido las primeras letras.
Fue el abrazo furtivo
a la niña de siete de mis juegos.
No fue un revolcón adolescente
en una playa cualquiera.
Se forja en el niño descalzo que va
de la escuela al hospital diariamente.
Se forja cuando pléyades de infantes fueron
discriminados por segundo.
Se forja cuando miles de ellos son abusados
por ascendientes
o por quienes se refugian tras hábitos
seulares o religiosos.
Cuando reconocen tus deberes y derechos.
Cuando vas creando y recreando
este mundo sin censores sumergidos
ni emergentes,
con tus padres y maestros.

Mi canto se forja entre miles de contradicciones
que sostienen a esta torre de babel
entre narcisismo e indiferencia vital.
Mi canto tiene principios.
No tiene prejuicios ancestrales.
Se opone a que señores en celibato
aparente, o con fueros de cualquier especie,
nos controlen vía spots publicitarios.
Mi canto se opone a que terceros arrebaten
mi pareja, adictos o no al imperio romano.
Se opone a la complicidad del narcisismo maligno
diezmado por pecados de omisión.
Se enamora sin condiciones,
sin importar lo que creas,
lo que tengas o no tengas, ni tu origen.
Mi canto amará eternamente,
con o sin ley de divorcio,
en chileno, mapuche, aymara o quiché,
porque mi canto sabe que,
aun que pasen años luz, todo lo sufre en opresión,
todo lo cree sin imposición,
todo lo espera sin excepción y todo
lo soporta sin resignación.

MANIFIESTO PRIMERO.

Comenzó mi canto antes de los estertores del parto
de mi Madre.
Se estremeció entre los horrores genocidas
de la segunda guerra.

Salmones rosados de Nahuelbuta
desovando en sus postreros instantes
entre gélidos saltos del Cabrería...
me entregaron palabras y más palabras.

las huellas de los pumas sobre la nieve
me tornaron ansioso
y los altos araucarias me regalaron
miles de voces de choroyes,
mientras los carpinteros  gigantes y pequeños
perforaban la pulpa milenaria.

Llovieron vocablos tras vocablos
entre la tormenta,
en tanto mis padres tiraban cabalgaduras
cruzando raudos roqueríos del torrente.

Colgando de los ijares de las bestias,
angustiados, inventábamos
nuevas palabras.

Truenos y relámpagos se estrellaban
en el cenit, y el asombro
seguía abriendo miles
de ventanas.

Ya en la primavera valdiviana,
perdido entre hinojos y rozales,
conversé extasiado
con mariposas y caracoles.
Elevando sus tactivisuales, captaban
mis mensajes de vanguardia...
y sus tenues huellas plateadas dibujaban
sobre el rocío de los talos.

Innumerables voces y palabras oía confundiéndose
entre el ladrido lejano de los perros,
y la solemnidad de las campanas del crepúsculo.

En el húmedo subterráneo de la enorme casa
conocí el lenguaje multicolor
de duendes y candelillas,
entre rayitos de sol
que animaban la penumbra.
Nuestras yemas contaban cientos
de cantaritos dispersos en la tierra.
La aspereza vizcosa de los moluscos impregnaba
nuestras manos pequeñas y laboriosas.

Entre cantos campesinos y palabras
gorjeaban las ponedoras dentro
de unas góndolas atestadas de gente,
sofocada,
entre toses y panas de las máquinas,
llenas de chiquillos mareados.

Tras un trecho interminable de horas,
lo verdoso del Lago se adornaba con picachos
de nieve, elevados.
Ya en el Enco rompiendo las aguas,
nos balanceábamos.
Blanca y majestuosa se yergue la figura
del Choshuenco.

Lentamente ascendían la cordillera
de Los Andes los K-10 madereros de Neltume
y un enorme puente suspendido
descolgaba el Huilo-Huilo
sobre el profundo corte precipitado
de las aguas.

Todos los días la sierena del Golf llevaba
la cuenta de las horas.
Turnos y turnos se sucedían entre el ruido
incesante de la fábrica
y los niños, de vuelta de la escuela cruzaban
a diario, un alto bosque de hualles
cargados de digüeñes,
para completar, paulatinamente,
el registro permanente de palabras.

En el invierno, los pumas,
patios blancos, nevados
invadían,
y antiguos y yertos brazos vegetales
que al cielo clamaban,
rayos quebrándose...quemaban.

junto a canoas apellinadas, con o sin sol,
apaleaban nuestras madres
la ropa enjabonada
sobre un grueso tocón, enmudecido.

La inminente llegada de tormentas presagiaba
el eco de los golpes.
Estremercerse el aire
harían contra los vidrios...perdiéndose...
lentamente...allende los Andes...el eco
cordillerano de los truenos.














TE PRESENTO MOLINOD

     Mediante este blog -ARBOL DEL CONOCIMIENTO- MOLINOD, relacionado con MOLINO DE PIEDRA, en homenaje a los Abuelos Juan de la Cruz Sandoval y Celia Rosa Parra,  trataré de ir reconstruyendo mis pasos de vida desde estos lugares de la Cordillera de Nahuelbuta, Junta de las Aguas, Agua Santa, San Ramón y el Parque Nacional Nahuelbuta, lugares de la infancia, a los pies de los molinos de piedra-hidráulicos que construyera el Abuelo, siendo mi padre Luis Alberto un niño de 12 años, quien le acompañaba en sus jornadas. Son rincones cordilleranos donde cantan las aguas de los esteros, confundiéndose con los sones armónicos del chucao, una avecilla hiperkinética  de ágiles y nerviosos movimientos que se adueña de estos parajes del puma, del monito del monte, de la lechuza y la torcaza, del zorro culpeo y del chilote, del chirindango y de los choroyes que rompen el silencio con sus diálogos dicharacheros. Lugares de rituales iniciáticos de nuestros antepasados, que ocultan restos de seres prehistóricos, donde los altos araucarias cuentan la historia desde hace dos milenios o más. Lugares que inspiran al artista que llevamos dentro que no es otra cosa que el ansia incontenible de decirles a ustedes cuán hermosa es la vida en contacto con la naturaleza pura, cristalina, la que nos dice secretos al oído, la que nos enseña, la que nos quita temores y nos invita a aventurarnos de día y de noche, con sol o con nieve en sus hermosos parajes, donde el rugido y el salto de los pumas es el límite de la convivencia.