miércoles, 20 de junio de 2012

MANIFIESTO PRIMERO(Gastón Sandoval Salazar).

Comenzó mi canto antes
de los estertores del parto de mi Madre.
Se estremeció entre los horrores genocidas
de la segunda guerra.
Salmones rosados de Nahuelbuta
desovando en sus postreros instantes en las alturas,
entre gélidos saltos de los esteros,
me entregaron palabras y más palabras.
Las huellas de los pumas sobre la nieve
me tornaron ansioso...
y los altos araucarias me regalaron miles
de voces de choroyes,
mientras los carpinteros
gigantes y pequeños
perforaban la pulpa milenaria.
Llovieron vocablo tras vocablos
entre la tormenta...
en tanto mis padres tiraban las cabalgaduras.
Cruzando el raudo roquerío de los ríos,
colgando de los ijares de las bestias,
inventábamos angustiados nuevas palabras.
Truenos y relámpagos
se estrellaban en lo alto...
y el asombro seguía abriendo miles de ventanas.
Ya en la primavera valdiviana,
perdidos entre hinojos y rozales,
conversábamos con mariposas y caracoles.
Elevando sus tactivisuales
captaban mis mensajes de vanguardia
y sus tenues huellas plateadas
dibujaban sobre el rocío de los tallos.
Innumerables voces y palabras oíamos, confundiéndose
entre el sinfónico ladrido lejano de los perros...
y la solemnidad de las campanas del crepúsculo.
En el húmedo subterráneo de la enorme casa
conocimos el lenguaje multicolor de duendes
y candelillas,
entre rayitos de sol que animaban la humedad y la penumbra,
y nuestras yemas tocaban cientos de cantaritos
dispersos en la tierra.
La aspereza viscosa de los moluscos
impregnaba nuestras manos pequeñas y laboriosas.

Ascendiendo hacia de Neltume
entre canastos campesinos y palabras...
gorjeaban las ponedoras dentro de unas góndolas
atestadas de gente sofocada.
Entre panas y panas de las máquinas,
 llenas de chiquillos mareados,
tras un trayecto interminable de horas,
lo versoso del Lago se adornaba con picachos de nieve.
Ya en el ENCO, rompiendo las aguas,
nos balanceábamos.
Blanca y majestuosa se yergue la figura del Choshuenco,
recortada.
Lentamente ascendían la cordillera
los K-10 petroleros de Neltume
y un enorme puente suspendido
descolgaba el HUILO HUILO
sobre el profundo corte de las aguas.
Día tras día la sirena del Golf llevaba la cuenta
de las horas.Turnos y turnos se sucedían
entre el ruido incesante de la fábrica
y los niños de vuelta de la escuela cruzaban a diario
un alto bosque de digüeñes.
Para completar paulatinamente el registro permanente
de palabras,
en invierno los pumas merodeaban,
invadiendo los patios blancos de nuestros juegos estivales.
Antiguos y yertos brazos vegetales
que al cielo clamaban
víctimas de los rayos, quebrándose, se quemaban.
Junto a canoas apellinadas, con o sin sol,
apaleaban nuestras madres la ropa enjabonada
sobre un grueso tocón enmudecido.
La inminente llegada de tormentas presagiaba el eco
de los golpes.
Estremecerse el aire harían contra los vidrios,
perdiéndose lentamente allende Los Andes
el eco cordillerano de los truenos.